por Gonzalo
Ossandón Véliz
14/06/2018
José
Carlos fue parido en tierra incaica (hace 124 años) un 14 de junio de 1894 en Moquegua.
Como es habitual en algunas familias de este continente, él murió sin saber con
exactitud la fecha de su nacimiento.
Mestizo de
cuna. Fue criado junto a sus hermanos por su madre, Amalia La Chira, indígena descendiente
de Cacique. Su padre Javier Francisco, proveniente de una familia criolla
vasca, tan sólo le dejó el apellido pomposo, ya que éste ni siquiera se molestó
en reconocerlo legalmente. Es por ello que pese a estar casada la señora
Amalia, por muchísimo tiempo gustaba de presentarse mejor como viuda.
De
formación autodidacto, su adolescencia la vivió laburando y escalonando por distintos
oficios del periodismo, acompañado siempre de su inseparable cojera de la
pierna izquierda heredada desde los 9 años.
En ese
ambiente, se va acercando a personajes de la época como el poeta Abraham Valdelomar
quien integraba el conocido grupo Colónida y a Manuel González Prada[1].
Cuando el
mundo entero se estremeció con el triunfo de la Revolución Rusa, Mariátegui ya había
leído a Marx y andaba curioseando en una verdadera ensalada de lecturas gracias
a su amigo Víctor Maúrtua quien lo motivó a leer a Hegel y a Bergson, entre
otros.
“Desde
1918, nauseado de política criolla, -como diarista, y durante algún tiempo redactor
político y parlamentario conocí por dentro los partidos y vi en zapatillas a
los estadistas- me orienté resueltamente al socialismo, rompiendo con mis
primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos bizantinismo
finiseculares, en pleno apogeo todavía.”[2]
Es así
como en 1918, el 22 de junio. Aparece la revista Nuestra Época, la cual funda junto
a César Falcón y que estaba dirigida principalmente al emergente movimiento
obrero de Lima y del Callao. Su breve existencia (hasta tan solo su segundo
número) se debió a conflictos generados con el diario El Tiempo -en donde ellos
trabajaban y además imprimían la revista- por motivo de la publicación de un
artículo anti-armamentista de Mariátegui titulado “El deber del ejército y el
deber del Estado”, el cual desató las iras de los oficiales de la guarnición de
Lima, los que se manifestaron violentamente en la instalaciones de la imprenta
El Tiempo y le propinaron una desvergonzada y desproporcionada golpiza a su
cojo autor.
Dicho
episodio, desprovisto de todo recato y sigilo, se convirtió en todo un escándalo,
tanto así que tuvo que renunciar el Ministro de Guerra de turno de la época, un
tal no sé cuantito, militar cobarde que no vale la pena ni nombrar.
Pese a
ello no claudicó y durante el mes de mayo de 1919 junto a César Falcón y Humberto
Águila -entre otros- funda el diario La Razón. Trinchera desde la cual critica
al gobierno de Leguía –oncenio de gobernanza engañosa en la que en su comienzo
a algunos progres encandiló- desde
sus inicios por ser un representante más de la oligarquía civilista.
Impulsó y
patrocinó desde ahí también la campaña por la Reforma Universitaria y apoyó acérrimamente
al movimiento obrero.
Como
consecuencia de su reiterada insolencia frente a la autoridad, el 8 agosto de 1919,
La Razón deja de ser impreso a causa de las presiones del gobierno gatopardista
y el arzobispo de Lima, forzando a sus fundadores a aceptar un exilio camuflado
bajo la forma de una beca forzada. Las críticas de Mariátegui iban incomodando
cada vez más a Leguía, quién ante sus oponentes adoptó el hábito de relegarlos
o bien exilarlos. Es así como César Falcón es designado a España y Mariátegui a
Francia, quién una vez ahí porfiadamente decidió instalarse en Italia:
“De fines
de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde
desposé una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros
países. Mi mujer y un hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me
concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa
época, señalan las estaciones de mi orientación socialista. A mi vuelta al
Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la federación de Estudiantes y la
Universidad Popular, artículos, expliqué la situación europea e inicié mi
trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista.”[3]
Método
dialéctico del materialismo histórico. Concepción materialista de la historia
que virtuosa y creativamente aplica en la realidad concreta de su Perú y de Nuestra
América, permitiéndole así develar las relaciones
sociales de producción que provocan las principales problemáticas que padecemos
los y las explotados/as, oprimidas/os y dominadas/os
en este continente.
En 1928,
publica sus Siete Ensayos de Interpretación de la
Realidad Peruana. En donde a pesar ya de tener la fama de
herético, sorprende organizando el relato de sus ensayos ortodoxamente
aplicando el “Edificio del Cuerpo Social” propuesto
por Marx en el célebre prólogo a la Contribución de la Crítica a la Economía
Política.
Es así
como los primeros tres ensayos: “Esquema de la
evolución económica”, “El problema del indio” y “El problema de la tierra” dan
cuenta de la Estructura de la sociedad
peruana, buscan caracterizar su modo de producción. Mientras que los restantes cuatro:
“El proceso de la instrucción pública”,
“El factor religioso”, “Regionalismo y centralismo”, “El proceso de la literatura”,
están dedicados a profundizar en los elementos constituyentes de
la Superestructura.
El
carácter central que el autor otorga al indígena en el proceso de formación económica
y social del Perú y América Latina desde la conquista hasta su época resulta destellantemente
esclarecedor, sobretodo para aquellas testas contaminadas por positivismos
manualizados o por gradualismos seudoeurocentristas que les gusta jugar a la política
de salón, la de mantel largo. Aquella que acá en Chile es de gusto de los nietos
de Aylwin: La política de contención de masas… en la
medida de lo posible.
Debido a
nuestra historia de permanente invasión, conquista y sometimiento (antes con armas
y a caballo, ahorita de cuello y corbata y aplicando su hegemonía)
criollo-foráneo que no respeta fronteras nacionales necesariamente, es que
resulta que solo a través de un proceso revolucionario de transformación
radical –la política para resolver lo deseable, lo necesario- es posible de
satisfacer las fundamentales necesidades de nuestros pueblos, sobretodo de
aquellos que cohabitan en un mismo territorio mallamado nación.
La
interpretación sobre su realidad por supuesto que no culmina ahí, busca de modo
original y sin pautas la transformación, pretende intervenir en ella, buscando
contribuir a la plena realización de un sujeto social históricamente
condicionado.
Con Los
7 Ensayos, El Amauta nos
propone las bases suficientes para la realización de un proyecto político
genuinamente latinoamericano, consistente y convincente.
Herramienta
útil para disputar la hegemonía imperante, proponiendo relaciones sociales de nuevo
tipo, verdaderamente emancipadoras y coherentes con su propia historia. En ese sentido,
convicto y confeso, nos muestra como
el sometimiento del Indígena y la expropiación de la Tierra fueron fundantes
para la acumulación de capital y apropiación de la propiedad privada en
nuestros territorios, lo que es determinante para comprender la conformación
social de su Perú actual.
Es por
ello también que se esmeró en defender este patrimonio práxico de los pueblos del
mundo, tanto de las desviaciones ideológicas provenientes de la
socialdemocracia y el reformismo, como de los dogmatismos axiomáticos
contemporáneos a él y bautizado por Stalin como marxismo-leninismo.
Y para que no fuese tan literal su apología, es que acude al belga
Henri de Man para dejarlo como estropajo.
Es en la
revista Amauta, fundada por él, la que emplea como trinchera y a la vez como laboratorio
de traducción y creación iconoclasta del marxismo…
Creatividad desatada pero a la vez profundamente conectada con su realidad.
En su
N°17, publicado en septiembre de 1928, inicia la publicación de los 16 ensayos que
componen su Defensa del Marxismo, coincidiendo con la explicitación de dicha
revista con respecto a su orientación socialista, lo que también contribuiría
meses después a la conformación del Partido Socialista del Perú.
Estas dos
grandes obras literarias que les invito a leer, más la caudalosa cascada de ensayos
que escribió son aportes nutritivos para la confección de propuestas
convincentes capaces de persuadir a millones. Material provocador y literatura
infaltable para aquellas y aquellos que andan en búsqueda de combustión para encender
sus pajarillas.
Mariátegui
nos afirma con frescura de época, la vigencia y necesidad de un pensamiento revolucionario
enraizado en su praxis histórica, sin pretender ser calco
ni copia de nada, tan solo creación heroica que
estimule verdaderos procesos de liberación e independencia de nuestros pueblos.
[1]
El ensayo titulado “Nuestros Indios” de González Prada es
considerado todo un hito dentro del movimiento
indigenista
peruano de finales del siglo XIX. El autor en dicho escrito se pregunta si el
indio sufre más en la
República
que en la Colonia, denuncia la explotación del indio al interior de una
República que fue
construida
sin el indio y contra él. En síntesis, para el intelectual peruano el problema
del indio es un
problema
económico.
[2]
Mariátegui, J.C. “Fragmento de una carta a Samuel Glusberg del
10 de enero de 1927”. Texto publicado en
“Itinerario
y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui”. de Fernández, O. (2010).
Santiago de Chile. Ed.
Quimantú.
pp. 214.
[3]
Mariátegui, J.C. “Fragmento de una carta a Samuel Glusberg del
10 de enero de 1927”. Texto publicado en
“Itinerario
y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui”. de Fernández, O. (2010).
Santiago de Chile. Ed.
Quimantú.
pp. 214.