lunes, 3 de agosto de 2015

Marx, revolucionario de hoy

Fernando Martínez Heredia

Sello postal  emitido en 1982 por Nicaragua al cumplirse
el centenario de la muerte de Carlos Marx. 

«...los niños que nacen en este momento crítico de la historia... tienen ante sí el período más revolucionario de la Humanidad. Lo peor es ser ahora viejo, pues el viejo sólo puede prever, pero no ver», escribía Marx apenas dos años antes de quedarse dormido para siempre en su sillón. Los tiempos que siguieron fueron de auge engañoso para sus ideas: un movimiento político confederó a grandes núcleos del proletariado europeo; sus intelectuales y activistas divulgaron el marxismo y exigieron a los militantes el apego a una versión determinada de la doctrina del maestro; en los congresos científicos, universidades y textos notables del 1900, los pensadores sociales debatieron con Marx o con su sombra; una fuerte organización sindical en Alemania era la base y el perfil interno del más grande partido socialdemócrata. 

Pero la revolución proletaria no resultó del trabajo paciente de los políticos y sindicalistas de la Segunda Internacional, ni el marxismo de cátedra fue partero de una nueva cultura. Ellos eran realmente el complemento y el balance de la adultez burguesa, y su impotencia se desnudó en la tragedia de la guerra mundial, en que bailaron el papel de marionetas. 

Los marxistas entonces fueron los espartaquistas, los revolucionarios de media docena de países, pero sobre todo los que hicieron un partido marxista para tomar el poder en un enorme país de mayoría campesina, de gobierno autocrático y terrorismo revolucionario, de huelgas obreras y nacionalismos feroces: los bolcheviques de Lenin, que convirtieron en comunista a la revolución rusa. 

Medio siglo después se celebró el centenario de El capital y aun el sesquicentenario del nacimiento de Marx. El marxismo es la ideología más importante del mundo de hoy, porque permite plantearse las soluciones más profundas a los problemas de la revolución contemporánea contra el imperialismo y de la profundización de la liberación nacional a través de la lucha por el comunismo. La mejor manera de rendir tributo de recordación intelectual a Marx es el estudio de sus grandes temas, los de la revolución por el comunismo, utilizando de manera crítica su perspectiva teórica y partiendo de la realidad, las ideologías y las ciencias sociales actuales, y con el mismo presupuesto de servicio a la revolución que animó su trabajo.


Sin embargo, muchas conmemoraciones y coloquios escamotean el sentido de la actividad de Marx, al reducir su vigencia a contrapunto de cualquier cosa («Marxismo y ...»), o entender el marxismo como «investigación científica pura», o limitarse a celebrar elegantes torneos de salón. Ya una vez, al pie de la insurrección de octubre, Lenin denunció la maniobra del Marx respetable: «En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero.» 

A partir de lo anterior, es una necesidad política el estudio de Marx mismo y de la historia del marxismo, para hacer de su prestigio una fuerza más del cambio y no del sostenimiento de lo existente. Pero esta sola razón para el estudio no advertiría lo principal: 1) hay en Marx mismo instrumentos de análisis y conocimiento capaces de ayudar a orientar la actitud teórica de hoy; 2) el estudio del marxismo y de sus condiciones históricas de desarrollo es un elemento importante para la comprensión de las dificultades, los logros y los proyectos en nuestra historia revolucionaria y en nuestro combate actual por el comunismo. 

No cabe en el marco de este trabajo ni siquiera una exposición sucinta de los elementos citados. Pero apuntar algunas opiniones sobre uno de los temas que me parecen importantes puede añadir algo, como ilustración sin pretensiones de definición. 

El marxismo se incorpora realmente a la cultura cubana con su inserción en el movimiento revolucionario contra el imperialismo y las dictaduras burguesas nativas en la tercera y cuarta décadas del siglo. Antes ha habido activistas obreros anarcosindicalistas y marxistas, socialistas e intentos de partidos —cosa natural en el marco de los trascendentales sucesos políticos y económicos que vivió Cuba entre 1868 y 1923—; pero si no miramos con prejuicio convendremos en que las ideas marxistas no tenían todavía suelo social en el cual fructificar en este período. 

Si en el siguiente período esa inserción fue posible es porque el nuevo movimiento tuvo que partir del camino de Martí, del antimperialismo. Pero ahora la liberación nacional se encontraba frente el bloque fundido ya de los imperialistas y el capitalismo neocolonial cubano: por eso la dictadura de los trabajadores es la perspectiva de la liberación en el siglo XX. La cultura política necesitó al marxismo para la elaboración teórica y para las consignas. El nuevo rostro nacional de la cultura se buscó a sí mismo a la vez en las raíces y en el destino de los hombres sin historia. En los combates y en las polémicas, en los programas y las poesías, el marxismo ingresó en nuestra cultura. 

Es solamente con el triunfo de la guerra revolucionaria iniciada y dirigida por Fidel Castro que se abre para el marxismo, sin embargo, la posibilidad de ser asumido por las masas cubanas. El quebrantamiento del poder del Estado, vencido su ejército y náufragos sus desprestigiados mecanismos polí- ticos, fue la condición para realizar la liberación nacional e iniciar las transformaciones socialistas, en un proceso único en que los actores, cada vez más numerosos, se cambiaban a sí mismos en la acción, en una gigantesca ampliación del proceso de formación de la vanguardia en la guerra. 

«Tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución...» había escrito Marx en La ideología alemana; y la historia de la revolución cubana ratifica otra vez su acierto. La conciencia comunista se extiende cada vez más en el pueblo y tiende a la permanencia y a la inclusión de más esferas de la conducta individual en su influencia, ante todo porque la revolución sigue planteando tareas inmensas, combatiendo grandes dificultades y despreciando el conformismo, esto es, porque la revolución continúa. 

Con el ascenso del nivel político y cultural del pueblo aumentan las posibilidades de transformación comunista a través de la profundización de la conciencia en cuanto a las metas y sus escollos, y de la participación efectiva en la solución de los problemas. Aumenta también el papel de la formación intelectual de los trabajadores y, por tanto, la exigencia de masividad y calidad en los productos que satisfagan esa necesidad. Los que tenemos tarea en ello debemos estudiar al hombre que escribió: «Tenía que aprovechar todos los momentos en que era capaz de trabajar para terminar mi obra, a la que he sacrificado la salud, la alegría y la familia...» El hombre que nos legó un fin más alto para el combate, un razonamiento para el odio y la promesa de una nueva cultura.

Juventud Rebelde,
La Habana, 13 de marzo de 1970.


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