Atravesando como por magia bombardeos y emboscadas, las columnas invasoras llegan al centro de la isla. Queda Cuba cortada en dos cuando Camilo Cienfuegos se hace dueño del cuartel de Yaguajay, tras once días de combate, y el Che Guevara entra en la ciudad de Santa Clara. La fulminante ofensiva arrebata a Batista la mitad del país.
Camilo Cienfuegos es corajudo y glotón. Pelea tan cerca que cuando mata pesca en el aire, sin que toque el suelo, el fusil del enemigo. Varias veces ha estado a punto de morir de bala y una vez casi murió de cabrito, por engullir un cabrito entero después de mucho tiempo de andar comiendo un día no y otro tampoco.
Camilo tiene barba y melena de profeta bíblico, pero no es hombre de ceño fruncido sino de risa abierta de oreja a oreja. La gesta épica que más lo enorgullece es aquella ocasión en que engañó a una avioneta militar, en la sierra, echándose encima un botellón de yodo y acostándose, quietito, con los brazos en cruz.
1 de enero de 1959
La Habana
Cuba amanece sin Batista en el primer día del año. Mientras el dictador aterriza en Santo Domingo y pide refugio a su colega Trujillo, en La Habana los verdugos huyen, sálvese quien pueda, en estampida.
Earl Smith, embajador norteamericano, comprueba, horrorizado, que las calles han sido invadidas por la chusma y por unos cuantos guerrilleros sucios, peludos, descalzos, igualitos a la pandilla de Dillinger, que bailan guaguancó marcando a tiros el compás.
«Sólo nos hemos ganado el derecho a comenzar», dice Fidel, que llega en lo alto de un tanque desde la sierra Maestra. Ante un gentío que hierve, explica que es no más que un principio todo esto que parece un final. Mientras habla, las palomas descansan en sus hombros.
Está sin cultivar la mitad de la tierra. Dicen las estadísticas que el año pasado ha sido el más próspero de la historia de Cuba; pero los campesinos, que no saben leer estadisticas ni ninguna otra cosa, no lo han notado para nada. Desde ahora, otro gallo cantará: para que cante, la reforma agraria y la alfabetización son, como en la sierra, las tareas más urgentes. Y antes, la liquidación de este ejército de carniceros. Los más feroces van al paredón. El torturador llamado Rompehuesos se desmaya cada vez que el pelotón apunta. Lo tienen que amarrar a un poste.
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