domingo, 19 de abril de 2009

28 de Abril de 1965

Santo Domingo

La Invasión

Ni por aire, ni por tierra, ni por mar. Ni los aviones del general Wessin y Wessin, ni los tanques del general Imbert son capaces de apagar la bronca de la ciudad que arde. Tampoco los barcos: disparan cañonazos contra el Palacio de Gobierno, ocupado por Caamaño, pero matan amas de casa.

La Embajada de los Estados Unidos, que llama a los rebeldes escoria comunista y pandilla de hampones, informa que no hay modo de parar el alboroto y pide ayuda urgente a Washington. Desembarcan, entonces, los marines.

Al día siguiente muere el primer invasor. Es un muchacho de las montañas del norte de Nueva York. Cae ti

roteado desde alguna azotea, en una callecita de esta ciudad que nunca en su vida había oído nombrar. La primera víctima dominicana es un niño de cinco años. Muere de granada, en un balcón. Los invasores lo confunden con un francotirador.

El presidente Lyndon Johnson advierte que no tolerará otra Cuba en el caribe. Y más soldados desembarcan. Y más. Veinte mil, treinta y cinco mil, cuarenta y dos mil. Mientras los soldados norteamericanos destripan dominicanos, los voluntarios norteamericanos los remiendan en los hospitales. Johnson exhorta a sus aliados a que acompañen esta Cruzada de Occidente. La dictadura militar del Brasil, la dictadura militar del Paraguay, la dictadura militar de Honduras y la dictadura militar de Nicaragua envían tropas a la República Dominicana para salvar la Democracia amenazada por el pueblo.

Acorralado entre el río y la mar, en el barrio viejo de Santo Domingo, el pueblo resiste.

José Mora Otero, Secretario General de la OEA, se reúne, a solas, con el coronel Caamaño. Le ofrece seis millones de dólares si abandona el país. Es enviado a la mierda.

3 de Septiembre de 1965

132 noches ha durado esta guerra de palos y cuchillo y carabinas contra morteros y ametralladoras. La ciudad huele a pólvora y a basura y a muerto.

Incapaces de arrancar la rendición, los invasores, los del todo poder, no tienen más remedio que aceptar un acuerdo. Los ningunos, los ninguneados, no se han dejado atropellar. No han aceptado traición ni consuelo. Pelearon de noche, cada noche, toda la noche, feroces batallas casa por casa, cuerpo a cuerpo, metro a metro, hasta que desde el fondo de la mar alzaba el sol sus flameantes banderas y entonces se agazapaban hasta la noche siguiente. Y al cabo de tanta noche de horror y de gloria, las tropas invasoras no consiguen instalar en el poder al general Imbert, ni al general Wessin y Wessin, ni a ningún otro general.

Discurso de Francisco Caamaño durante la entrega del mandato presidencial ]

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