Los doce locos
Una semana pasan sin dormir, vomitando, apretados como sardinas en lata, mientras el viento norte se divierte jugando con el barquito Granma. Después de mucho subibaja en las aguas del Golfo de México, desembarcan en lugar equivocado. A poco andar los barre la metralla o los queman vivos las bombas incendiarias.
Casi todos caen en la matanza. Los sobrevivientes caminan orientándose por el cielo, pero se confunden de estrellas. Los pantanos les tragan las mochilas y las armas. No tienen para comer más que caña de azúcar y van regando a su paso el bagazo delator. Pierden las latas de leche condensada, por llevarlas con los agujeritos para abajo. En un descuido mezclan con agua de mar la poca agua dulce que les queda. Se pierden, se buscan. Al fin un grupito descubre a otro grupito en los acantilados, por error, y así se juntan los doce salvados de la aniquilación.
Estos hombres o sombras tienen en total siete fusiles, unas pocas municiones mojadas y muchas llagas y heridas. No han cesado de meter la pata desde que empezó la invasión. Pero esta noche está el cielo blanco de estrellas y se respira un aire más fresco y limpio que nunca, así que Fidel dice, plantado ante las lomas de la Sierra Maestra:
—Ya ganamos la guerra. ¡Se jodió Batista!
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