¿Hay una vigencia
posible para Lenin en este siglo?
Osvaldo Fernández
Díaz
El leninismo, enfermedad infantil del
marxismo
Hay que bajar a Lenin del pedestal estatuario en que lo
ha inmovilizado el “leninismo”. Para ello bien vale una anécdota que parodia la
historia de la URSS:
Un tren va de Moscú a la Manchuria. A medio camino, los
rusos blancos y los bandidos destruyen la vía férrea. Lenin, que va dirigiendo
el tren, se baja, se quita la chaqueta, se arremanga e invita a los pasajeros a
hacer un trabajo voluntario para recomponer las vías. Ahí termina el primer
capítulo. Sigue el tren, pero ahora como jefe va Stalin. Como de nuevo sabotean
la línea, Stalin desciende, hace que fusilen a la mitad de los pasajeros por
cómplices, y obliguen a los otros a hacer trabajos forzados. Fin del segundo
capítulo. De nuevo el tren es saboteado, pero ahora es Nikita Jrushchov el que
dirige. Este mira la situación y dice, muy fácil, saquen las líneas de atrás y
las ponen por delante, hagan avanzar el tren y repitan la operación. Fin del
tercer capítulo. Pero queda un cuarto tramo en donde el jefe es Leonid
Brézhnev, quien hace bajar a los conductores, les informa de lo que ha pasado
con las vías férreas, y les pide que cierren las ventanas del tren bajen las
cortinas, y sin que se den cuenta los pasajeros muevan el tren para que los de
dentro crean que están avanzando1.
Esta es una muy buena parodia de la historia de la URSS,
que retrata lo que significó cada uno de estos dirigentes, y que el momento más
auténtico de esa historia fue cuando Lenin era el jefe de la revolución rusa.
La caída de la URSS, o lo que podemos llamar la implosión
de la URSS, porque nadie la derribó, sino un movimiento interno de
autodestrucción, una especie de “basta ya” implicó el agotamiento de una
equivocada experiencia socialista, desde Stalin, que instala como norma de
vida, a nivel del Partido y del Estado, la sospecha. Su caída arrastró consigo
y comprometió las figuras de Marx y Lenin. Pero no solo en ese final grotesco,
sino de mucho antes, desde el momento cuando Stalin toma la batuta, y
transforma todo el aporte teórico político que habían aportado Marx y Lenin.
Los jibariza y rebaja en ese engendro catequístico que fue el
“marxismo-leninismo”, consagrado por los manuales soviéticos, que tanto daño
han causado a los estudios sobre Marx y sobre Lenin, llegando al extremo de
provocar una paralización total del pensamiento marxista.
Karl Marx se recuperó rápido de aquella situación, dando
lugar a un real conocimiento de su obra, sin exclusiones, a partir de fines el
siglo veinte. En efecto, en 1989 en la ciudad francesa de Aix en Provence, un
grupo de investigadores y de casas editoras se reunieron a debatir sobre la
mejor manera de seguir publicando la MEGA2 como continuación de los 45
volúmenes que ya habían sido editados desde los años sesenta del siglo XX. Por
otra parte, en lo que involucra el conocimiento de El Capital, los primeros
que, a comienzos del siglo XXI, volvieron sus ojos a esta obra de Marx, fueron
los banqueros de Wall Street, preocupados, por las crisis cíclicas del
capitalismo, que recomenzaban, ahora con la crisis inmobiliaria mundial del 2007
2008.
Esto en lo que se refiere a Marx, pero Lenin quedó
arrinconado, y catalogado como culpable de todo. Del “leninismo”, de los
manuales de “marxismo-leninismo” de las borracheras de Boris Yeltsin y de
situaciones catastróficas como la de Chernobyl.
No ha habido, entonces, un regreso fluido de Lenin. Sus
estatuas fueron literalmente derribadas a medida que desaparecía la URSS.
Mientras la MEGA comenzó a editarse de nuevo, la obra de Lenin es casi un mal
recuerdo y su figura quedó hundida en la debacle. Salvo algunos trabajos de
Zizek, los que lo recuerdan, son en general, o las viudas del estalinismo o, lo
que es igual, los nostálgicos del “marxismo -leninismo” (o digámoslo como
Stalin lo proyectó ´: marxismo – leninismo; estalinismo –estalinismo)3. Creo,
entonces, que cabe volver a preguntarnos, dada la situación, si hay una
vigencia contemporánea posible para Lenin. Si no es una figura histórica más,
que se quedó en el pasado o, como se dice, en el polvo de la historia.
Lo que sigue es un intento por responder a esa pregunta.
El “leninismo” supone una doctrina o/y una filosofía de Lenin, válida para todo
tiempo y lugar, sin anclaje histórico terrestre. ¿Qué implica esto? Lo mismo
que implicó con el marxismo. El manual de marxismo-leninismo transformó el
pensamiento histórico y coyuntural de Lenin, a una doctrina universal válida
para “todo tiempo y lugar” a la cual uno debe adherir religiosa y no
críticamente. Se habla, por ejemplo, de las leyes leninistas de la revolución,
sin parar mientes, en que Lenin hizo una revolución, y no escribió un tratado
acerca de las leyes infalibles de la revolución.
En esto cabe coincidir con el poeta–maquisard francés,
René Char4, para quien toda revolución, en tanto “acto”, es siempre virgen”, y
por lo tanto irrepetible.
Por otra parte, se habla a la saciedad de formas y normas
leninistas para hacer cualquier cosa. Frase que funciona tan mecánicamente como
la consabida, “si Dios quiere”. Si algo sale bien, es porque se aplicaron
correctamente las normas leninistas. ¿En qué queda, entonces, me pregunto, el
protagonismo del sujeto histórico que no se agota en repetir, sino que hace, o
debe actuar creativamente, como la historia, siempre esquiva, obligará a los
comunistas?
Al respecto, sabemos que Lenin no aplicó, para hacer la
revolución en la Rusia zarista, las leyes marxistas de la revolución
preconizadas por la segunda internacional, sino al revés . Creó, en cambio, su
propio camino. Esto es lo que explica el mismo en ¿Quiénes son los amigos del
pueblo?
Nos habíamos hecho la pregunta acerca de si había para
Lenin una vigencia posible, ahora, después de los cien años de su muerte, y
después de la caída del socialismo que forjará en 1917 con la Revolución rusa,
pero que se agota muy pronto después de su muerte en 1924, con la aparición de
Stalin, uno de los primeros monstruos que inaugura el siglo XX, de que hablaba
Antonio Gramsci. Para comenzar a responder la pregunta por la vigencia posible,
digamos que Lenin, como lo fuera antes de él, Karl Marx, y después Antonio
Gramsci, representan nítidos momentos históricos de la cultura política, no
solo europea, sino mundial. Sin ellos no podemos entender nada del mundo al que
hemos sido arrojados. Tanto Vladímir Ilích Uliánov, como Antonio Gramsci, y
como también nuestro José Carlos Mariátegui, son parte esencial de la respuesta
revolucionaria a la inhumana catástrofe que fue la Primera Guerra Mundial, la
que, (digámoslo como, la llamaron los franceses, con la vana esperanza de que
fuera, la última en su género, “la derniere de la derniere” o la “der de der”,
o sea la última de la última). Ese balde de agua fría que interrumpió el sueño
dogmático del positivismo, que conmovió hasta los cimientos tanto las ilusiones
como los mitos (razón, ciencia y progreso) que la triunfante burguesía
decimonónica se había forjado para su satisfacción.
Todo eso se desvanece de pronto en el aire, abriendo paso
a ese interregno, que queda después de la debacle. Un vacío o una nada, que
como lo dice Antonio Gramsci, es el momento más propicio para que aparezcan los
monstruos (en 1922 Mussolini, en 1924 Stalin y en 1933 Hitler, y no solo ellos,
sino consigo el fascismo, el estalinismo y el nazismo).
Para comenzar a responder la pregunta digamos que no
podemos pensar serenamente este siglo XXI, que nos ha tocado vivir, un siglo
que a poco andar comienza a ser embargado por profundas, contradicciones,
producto del choque entre imperialismos que lo caracterizan, (EUU, Rusia, y
China) y que para entenderlo nada mejor y actual que El imperialismo,
fase superior del capitalismo de Lenin.
¡A leer a Lenin! ¡Los manuales de
marxismo-leninismo-estalinismo a la basura!
A modo de conclusión
Como lo ilustra la anécdota histórica acerca del tren que
va a Manchuria y que parodia la historia de la Revolución rusa. Esta revolución
y la experiencia de socialismo que entonces se produjo, se interrumpió con la
muerte de Lenin. Lo que siguió, con lo cual me crie políticamente hablando, era
ya, más bien, una fantasmagoría que todos y hasta los yanquis se la creyeron, y
que simplemente era el camino más largo que inauguró Stalin para llegar al
imperialismo de Putin.
De esto se desprenden dos consideraciones: de toda esta
trágica experiencia
La primera, con respecto a la palabra socialismo, que los
comunistas de hoy no nos atrevemos mucho a pronunciar, no era el socialismo,
sino el “socialismo real”, un engendro que empezó con Stalin y terminó con
Gorbachov.
Lo segundo, que, la palabra y la idea de socialismo salen
indemne, abierta y dispuestas, para superar el capitalismo. Pues, la verdadera
experiencia del socialismo corresponde exclusivamente a lo que se hizo durante
esos ocho años, en que Lenin fue el dirigente máximo de la URSS. Luego, es esta
la experiencia socialista que cabe estudiar, y solo, lo podemos hacer
estudiando a Lenin.
Notas
1 Este chiste soviético, no ruso, en Moscú se fabricaban
muy buenos chistes anti-soviéticos, mejor quizás que los que trae la revista
“condorito” aunque nuestro condorito trae también chiste geniales.
2 Sigla que en alemán, se traduce como las obras
completas de Marx y Engels
3 Jorge del Prado secretario del PCP, defendiendo a
Mariátegui escribió en la revista Dialéctica, en respuesta a Miroschevski, que el amauta era un “marxista – leninista – estalinista.
4 L’acte est vierge, meme répété”. René Char, poéta
maquisard francés, (Fureur et mystère)
Bibliografía
- Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, AKAL, 2004
- Budgen, Sebastián, Kouvelakis, Zizek, Editores, Lenin
reactivado. Hacia una política de la verdad, AKAL, 2010.
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