Rafael Caviedes
Académico Universidad de los Andes
Artículo aparecido en www.elmostrador.cl
Aquellos que creían que después de la caída del muro de Berlín y el estrepitoso fracaso del socialismo real, las doctrinas marxistas estaban muertas, se estarán convenciendo de su error al analizar con más detención las bulladas marchas y protestas realizadas por los estudiantes el año recién pasado. El sociólogo Antonio Leal, en su columna de El Mostrador, referida a su libro “Gramsci”, reconoce el regreso del pensamiento marxista en los líderes estudiantiles, pero no con aquella vertiente estalinista que conocimos los años 60 y 70, sino revestido de una forma más sutil, más seductora, intelectualmente bien elaborada, que le da un nuevo carácter ético e, inclusive, estético, atractivo para jóvenes e idealistas del nuevo pensamiento marxista y que marchan por la calles, quizás sin saberlo, de la mano de Gramsci.
El filósofo, quien cumple 121 años desde su nacimiento, si bien influyó en el comunismo italiano, no existió para los leninistas rusos sino hasta la Perestroika, puesto que su propuesta propicia la penetración intelectual y espiritual, en contraposición al pensamiento leninista que justifica la violencia política, el totalitarismo e, incluso, la vía armada. Tales ideas aún permanecen subyacentes, al menos así lo han deslizado, algunos de los nuevos dirigentes estudiantiles de nuestro país, motivados quizás, porque saben que la vía gramsciana puede ser lenta, sofisticada, y requiere penetrar la dura coraza de la superestructura social y moral. Para ello, Gramsci propuso entregar una formación humanista, es decir, preparar o formar a la gente no para el trabajo, sino en aspectos humanistas que condujeran a la transformación social. ¡Y qué mejor que el Estado controlando la educación de todo un país para ello!
El filósofo, quien cumple 121 años desde su nacimiento, si bien influyó en el comunismo italiano, no existió para los leninistas rusos sino hasta la Perestroika, puesto que su propuesta propicia la penetración intelectual y espiritual, en contraposición al pensamiento leninista que justifica la violencia política, el totalitarismo e, incluso, la vía armada. Tales ideas aún permanecen subyacentes, al menos así lo han deslizado, algunos de los nuevos dirigentes estudiantiles de nuestro país, motivados quizás, porque saben que la vía gramsciana puede ser lenta, sofisticada, y requiere penetrar la dura coraza de la superestructura social y moral. Para ello, Gramsci propuso entregar una formación humanista, es decir, preparar o formar a la gente no para el trabajo, sino en aspectos humanistas que condujeran a la transformación social. ¡Y qué mejor que el Estado controlando la educación de todo un país para ello!
Lo interesante de Gramsci es que de esta forma volvió a retomar la concepción marxista, pero no al ritmo cruel de la violenta revolución rusa, sino que al paso cadencioso de las ideas, del pensamiento, de la ciencia política. No obstante, la clara derrota del socialismo real, el ideario marxista -como lo reconoce Leal- ha vuelto a ganar espacio político como si nada hubiese sucedido en 90 años. Es cierto que ahora se trata de un pensamiento “renovado” que se ha apropiado de atributos como la equidad, la igualdad, la tolerancia, la preservación del medio ambiente, los derechos humanos y de las minorías, etc., que cualquiera debería apoyar. Aunque para alcanzar tales atributos no se basa en la libertad del individuo y el emprendimiento, sino propicia nuevas formas de intervencionismo estatal en materias de propiedad, educación, salud, económicas, tributarias y previsionales, entre otras, restándole toda importancia a la libertad individual. Así, aunque parecía incomprensible que tal ideología fuese aún capaz de sobrevivir y gobernar, a nuestro alrededor vemos prosperar el pensamiento neo marxista tanto en países de la región como en Chile.
¿Cómo se puede explicar ésto? La respuesta se encuentra en la interpretación efectuada por Gramsci al marxismo, al que consideró como la doctrina de salvación del reino de la ilusión (la religión) y del engaño (el capitalismo). Gramsci, visualizó desde la perspectiva del mundo occidental las debilidades de la ortodoxia rusa marxista-lenilista, referidas a la toma violenta del poder. Señaló que sólo una alternativa que apuntara a la ocupación cultural, al ejercicio del verdadero liderazgo al interior de la sociedad civil, podría tener éxito para alcanzar el poder. Tal estrategia, llamada guerra de posición, operaría mejor en el modelo occidental capitalista, que la cruel guerra de maniobras propiciada por el marxismo leninismo. Para Gramsci, el socialismo es más que un sistema político o económico, es un valor moral profundamente liberador. Su propuesta de conquista consiste en incursionar en lo que él denomina la superestructura social, es decir, en los fenómenos culturales y espirituales de la sociedad.
Propone una ocupación cultural, de suyo sutil, y el ejercicio de un verdadero liderazgo o hegemonía al interior de la sociedad civil. Así, Gramsci, ha inspirado a la nueva izquierda para que esté presente en la literatura, en la prensa, en la iglesia, en los organismos internacionales, en los sindicatos y minorías, en la ecología, en la televisión, en la universidad, en la ciencia, en la cultura y hasta en la música popular. Basta pasearse por una librería, repasar los títulos y sus autores, para darse cuenta de la enorme intrusión intelectual marxista existente. Sin embargo, para lograr dicha hegemonía social, cultural y económica, también reclama a la escuela, por su función educativa positiva, y a los tribunales, por su función educativa represiva. Hoy, además, las nuevas redes sociales de internet -impensado para Gramsci- permiten una penetración ideológica rápida y eficiente.
Basta pensar en lo ocurrido el año pasado, revisar la historia reciente de nuestro país, los textos escolares, la interpretación histórica, los museos inaugurados en la última década, u observar la tolerancia frente al delito y el terrorismo ecológico y todo aquello que debilite la institucionalidad. Basta observar el diestro uso que hacen de los medios de comunicación o ver cómo se hacen meritorios de éxitos económicos -que no corresponden al modelo que ellos mismos propician- y notar cómo hacen gala de un hábil transformismo filosófico que les permite transmutar de víctimas a usuarios del capitalismo, de predicar desde hace 90 años la descomposición del modelo capitalista, de tratar de provocar permanentemente la crisis social para que los gobiernos entren en conflicto, se cuestione su liderazgo, se desacredite su autoridad y, así, se produzca la anhelada crisis de poder y el consecuente desgaste de la clase dominante, para al fin asumir el poder. ¿Será esto lo que le da sentido a los movimientos sociales del año pasado?
Para responder esa pregunta, hay que conocer el pensamiento de este filósofo que está influyendo en los movimientos sociales actuales y, para ello, Leal ofrece su libro. Evidentemente, el pensamiento gramsciano ha tenido éxito. Prueba de ello, es que a nadie parece importarle el fracaso reciente del modelo socialista. Se les permite gobernar, aunque ahora no postulan a la dictadura del proletariado, se promueven como demócratas, coquetean con el capitalismo, y la opinión pública hasta les perdona su incursión en la vía armada en décadas pasadas. La doctrina gramsciana transforma a Abel en Caín y viceversa. De esta forma, aquellos que originaron el doloroso y violento proceso que vivieron muchos países, han quedado absueltos de toda culpa. Aquellos que empobrecieron a la gente con sus modelos estatistas, hoy aconsejan cómo lograr mayor equidad. Así las cosas, pareciera que se está avanzando en la progresiva conquista de la conciencia, de la superestructura y de la propia personalidad histórica. La sociedad parece adormecida, está quedando anestesiada, sin percibir que la verdad se está alterando, que la historia se está re-escribiendo con mano gramsciana.
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