Guanajuato.
El Pípila.
Las tropas de Hidalgo se abren paso, en tromba, desde las breñas de los cerros, y a pedradas se descargan sobre Guanajuato. El pueblo minero se suma a la avalancha insurgente. A pesar de los estragos de la fusilería del rey, la multitud inunda las calles y el oleaje arrolla a los soldados y arremete contra el bastión del poder español: en la Alhóndiga de Granaditas, bajo las bóvedas de treinta salas, hay cinco mil fanegas de maíz y una incontable fortuna en barras de plata, oro y alhajas. Los señores de la colonia, despavoridos, se han encerrado allí con sus caudales.
En vano imploran piedad los petimetres. Hay degollatina, saqueo y borrachera corrida y los indios desnudan a los muertos por ver si tienen rabo.
El Pípila, obrero de las minas, es el héroe de la jornada. Dicen que él se echó a la espalda una enorme losa, atravesó como tortuga la lluvia de balas y con una tea encendida y mucha brea incendió la puerta de la Alhóndiga. Dicen que el Pípila se llama Juan José Martínez y dicen que tiene otros nombres, todos los nombres de los indios que en los socavones de Guanajuato son o han sido.
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